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Las consecuencias de creer que en el desierto no hay vida

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“¿Qué imaginarios, representaciones, narrativas o discursos, referentes a la idea de vacío, existen sobre el altiplano andino centro-sur? ¿Cuál es la relación entre narrativas acerca de este espacio y el actual despoblamiento del altiplano ariqueño?”, se preguntan los autores del estudio “The Production of Empty Space and Deserts in the South-Central Andean Highlands”.

Todas y todos tenemos un imaginario sobre los lugares, creado o construido a través de imágenes, textos, símbolos y narrativas, que hemos visto a través de la prensa, el cine, la literatura, etc. Estas percepciones y valorizaciones forman un imaginario geográfico sobre los lugares y tomamos decisiones basados en esos imaginarios.

El problema es que estas imágenes, símbolos o metáforas, pueden tomar un lugar casi incuestionable y validarse pese a su escasa precisión. Lo anterior es posible de observar desde la época de la ilustración y el colonialismo con la expansión europea, cuando, por ejemplo, a través de expediciones científico-políticas “los territorios que resultaban particularmente inhóspitos para los viajeros eran conceptualizados como desiertos, ya fueran páramos, estepas, selvas o ciénagas impenetrables” (Navarro, 2002: 140).

En el caso del norte chileno, el imaginario geográfico ha extrapolado la cualidad de desierto a todo el norte de Chile, sin distinguir si hay zonas más o menos desérticas en la variabilidad topográfica que va desde los Andes a la costa pacífica. Se trataría de un espacio donde escasean los recursos y por tanto la vida se torna difícil, principalmente por el acceso al agua. Esto configura un espacio donde no hay personas, un imaginario geográfico nacional del norte chileno que se halla enlazado a la idea de “el desierto más árido del mundo” y el “despoblado de Atacama”.

Estas representaciones, traducidas en la práctica del despoblamiento, han investido el área altiplánica como sinónimo de desierto, de espacio vacío, hostil, no apto para la vida cotidiana de las personas. En otros términos, como terra nullius o tierra de nadie.

De hecho, en el establecimiento de la primera Constitución de Chile en 1833, al definir los límites nacionales, se refería a la frontera norte, donde se localiza el desierto de Atacama, como el ´despoblado de Atacama´ (artículo 3°), en alusión a una supuesta condición de vacío (Benedetti, 2014).

¿Qué consecuencias ha tenido este imaginario de despoblado?

Esta idea de tierra de nadie no ha sido inocua y es relevante para comprender la dinámica que se ha dado en la zona andina. Los imaginarios se materializan y así, “la descripción aparentemente neutra y objetiva de un territorio como desierto, genera un ´horror al vacío´ que debe ir seguido de un inmediato llenado de ´civilización´ (Tomé, 2010: 150). En consecuencia, los imaginarios devienen en prácticas, en este caso, en la práctica del despoblamiento de un territorio ´sin dueño´ y, por consiguiente, disponible para ser apropiado.

Surgen de este modo problemáticas como las asimetrías de poder o la reproducción de dinámicas coloniales por medio de la intervención estatal y la reproducción del capital. Los espacios y los sujetos se convierten en objetos de desarrollo, facilitando la reproducción del sistema capitalista como modo de producción.

El altiplano ha sido parte fundamental para el desarrollo de la vida cotidiana de comunidades aymara, así como para la diversificación de los espacios de producción en distintos pisos ecológicos. Sin embargo, esta zona ha ido lenta y progresivamente despoblándose debido a que se ha desincentivado su ocupación.

En palabras muy simples, si creemos que nadie vive en el Altiplano y afirmamos que es un lugar demasiado difícil para la vida humana, lo miramos como un lugar lejano, exótico, inhóspito, y ese imaginario crea realidades, que se concretan en políticas públicas, en decisiones gubernamentales de desarrollo, y en decisiones empresariales”, explica Mónica Meza Aliaga, doctora en geografía y una de las autoras de la investigación.

Lo cierto es que este desierto está lleno de lugares fascinantes donde vibra la biodiversidad y la cultura, pero este imaginario ha tenido varias consecuencias. Una de ellas es que ha sido la ‘excusa’ perfecta para incentivar una exacerbada extracción minera en el macizo andino, incluso en sitios protegidos como el Monumento Natural Salar de Surire donde puedes ver flamencos y a un costado los camiones extrayendo ácido bórico y bórax. O lo puedes ver, también, en decenas de lugares que se han convertido en basurales de neumáticos, ropa, relaves y un largo etcétera de desechos. ¿Por qué tendría que importarnos un lugar donde no hay vida?”, agrega la académica.

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Referencias

Navarro, P. (2002). El desierto y la cuestión del territorio en el discurso político argentino sobre la frontera Sur. Revista Complutense de Historia de América, 28, 139-168.

Tomé, P. (2010). La configuración espacial del desierto. Anthropos. Huellas del conocimiento. 227, 147-162.